miércoles, 24 de julio de 2013

Capítulo 16 - Ana

-¡Mamá! – grito desde la puerta de mi habitación, rezando para que mi voz sea normal a pesar del nudo que tengo en la garganta – No me despiertes.
-¿Ocurre algo, Ana? – oigo los pasos de mi madre y temo que venga hasta aquí, así que me doy prisa en improvisar algo.
-Estoy enferma. Pero seguro que se me pasa si me quedo mañana todo el día en la cama. No te preocupes.
Entro corriendo en mi habitación y cierro la puerta. Me tumbo y comienzo a llorar. El dolor de cabeza aumenta por momentos. Hasta que llega al punto en el que desaparece o, mejor dicho, dejo de ser consciente de él. Me duermo, preguntándome cómo es posible que alguien pueda cambiar tan radicalmente de personalidad.

Alguien me zarandea. Abro poco a poco los ojos y veo una luz cegadora.
-Por dios, mamá. Apaga la luz. – me estiro sobre la cama hasta alcanzar el interruptor que hay junto a la mesita de noche y me tumbo de nuevo una vez que he recuperado la oscuridad.
-No soy tu madre. – dice una voz triste.
Me quedo callada. Mi madre la habrá dejado entrar pensando que ella podría averiguar cómo me encuentro.
-No quiero hablar contigo. – contesto de mala gana.
-Venga. ¿Tú eres la que está mal? ¿En serio?
-¡QUE ME DEJES! – Me incorporo y le tiro la almohada con toda la fuerza que tengo.
A través de las lágrimas veo como ella sacude la cabeza, con la mirada fija en el suelo. A pesar de la negrura, advierto que se le han formado unas enormes ojeras bajo los ojos.
-Deberías intentar arreglarte. Mañana es lunes y tenemos instituto. Dudo que puedas arreglar el desastre que estás hecha en una hora – aunque intenta sonar irónico, se nota que no está de humor para bromas.
-¿Vas a volver con él? – le pregunto cuando ya ha cogido el pomo de la puerta para marcharse.
-¿Vas a darle otra oportunidad a Adrián?
Nos quedamos en silencio. ¿Es eso un no?
-Una respuesta no se responde con otra.
Ella me mira con tristeza, pero continúa su camino y sale de mi habitación justo después de desearme buenas noches.

Cojo el móvil y se me cae el alma a los pies. Ya es domingo y son las seis de la tarde. También veo que tengo mensajes en Twitter, pero no puedo responderlos ahora. ‘Ni ahora ni en unos cuantos años’ me digo a mí misma. Apago el móvil, sabiendo que aun así, mañana la alarma será puntual. Me doy cuenta de que, a pesar de que llevo casi veinticuatro horas durmiendo, estoy tan cansada como si hubiera estado semanas sin dormir. Y, como imaginaba, vuelvo a quedarme dormida en un par de minutos.

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