Cuando piso suelo español de nuevo me dan ganas de regresar
al avión. No solo por el grandísimo cambio de temperatura, sino también por
miedo. La última vez que vine aquí, venía decidido a conocer a una chica por la
que poco después comencé a sentir algo, aunque ese “algo” sigue siendo
desconocido para mí. Ahora, medio año después, no sé nada de la chica, sólo que
me odia. Dejé de llamarla aun sabiendo lo importante que era para ella y retomé
mi relación con mi exnovia. Teniendo en cuenta que todo el planeta sabe que
volvimos, Ana también lo sabrá… y me odiará por ello. No éramos pareja, pero
tampoco amigos. No estoy seguro sobre nada de lo que pueda haber pasado en su
vida estos meses, pero seguro que no ha sonreído cada vez que le hablaban de
mí.
Esta vez no necesito que nadie me recoja en el aeropuerto,
como Álex, quien vino la primera y última vez que estuve aquí; sino que cojo un
taxi y le indico la dirección. Como siempre, llevo mi gorra y mis gafas de sol,
esperando que nadie me reconozca. El taxi tarda unos veinte minutos en llegar a
la ciudad y me deja en la calle paralela a la de Ana.
A diferencia de la última vez, el ascensor funciona
perfectamente, así que entro y, en cuestión de segundos, las puertas vuelven a
abrirse. Es como si viajara en el tiempo, como si Álex estuviera a mi lado.
Ahora debería haber un chico hablando con Ana en la puerta, sin embargo está
cerrada. Antes de que pueda arrepentirme, avanzo con decisión y hago sonar el
timbre.
Cuando la puerta se abre me encuentro con unos ojos
profundos, oscuros, marrones, marcados por un lápiz negro, resaltándolos más
aún si cabe. El pelo, más corto que la última vez que la vi, le cae ondulado
hasta la altura del pecho. Tiene los labios pintados con carmín marcados en una
sonrisa algo forzada, el ceño fruncido y una ceja levantada. Es mucho más guapa
de lo que recordaba. Entreabre la boca un poquito y después sonríe, enseñando
unos perfectos dientes blancos y mostrando una expresión de completa confusión.
-¿Hola? – pregunta.
Hay algo raro en su voz, pero estoy tan absorto en su rostro
que apenas me doy cuenta. Está más esbelta, no tan delgada. Parece incluso
mayor, más madura. ¿Tendré algo que ver con la razón que la haya hecho crecer
de golpe?
-Te has cortado el pelo – es lo único que consigo decir.
Ella baja la mirada y se enrosca un mechón de pelo en su
dedo índice, después vuelve a mirarme.
-Sí – añade con el ceño más fruncido aún, - pero de eso hace
ya bastantes meses. Me ha crecido bastante rápido.
Desde luego me esperaba voces, empujones, golpes y puede que
incluso lágrimas. No hay nada de eso. Simplemente es como si yo fuera alguien a
quien ve todos los días, algo que probablemente sea cierto si, como muchas
chicas de su edad, tiene mi cara como fondo de pantalla del móvil. Aunque
después de los ocurrido es poco probable.
-¿No vas a gritarme? – decido preguntar al final, rompiendo
el silencio.
-¿Por qué iba a hacerlo? – pregunta confusa.
-¿Que por qué? No sé. Tal vez porque… No te llamé y… - las
palabras se confunden y decido morderme la lengua antes de soltar alguna
tontería. Y entonces lo comprendo - ¡Ah! Vale. No vas a gritarme. Tu castigo
será simplemente fingir que no me conoces, ¿no?
Ana chasquea la lengua y me mira de arriba a abajo.
-La verdad es que me suenas mucho, pero ahora mismo no
sabría decirte quién eres. ¿Alguna
pista?
Me apoyo en el marco de la puerta rendido y me paso la mano
por el pelo.
-Está bien. Ana siento muchísimo lo que hice. Dejé de llamarte,
lo de Vanessa… y ahora me presento aquí en tu casa como si nada y tú… tú… - me
tapo la cara con ambas manos. ¿Qué estoy diciendo?
-Tranquilo chico – dice como si nada, y me acaricia el
hombro, lo que hace que me recorra un escalofrío – Si fuera por mí te
perdonaría, pero yo…
-No hables – le pido – Sé que siempre decíamos que sólo
éramos amigos pero sé que tal vez para ti no fue solo eso… Y para mí tampoco,
la verdad. Yo… no sé lo que sentía pero la distancia… No sabía si querrías algo
y…
-Yo creo que cualquier persona querría algo contigo, por muy
lejos que estuvierais el uno del otro.
Me quito las manos de la cara y la observo con atención.
-¿De qué estás hablando?
-¿De qué estás hablando tú? Yo sólo te estoy alagando. –
añade con una sonrisa pícara.
-¿Quieres decir que… me perdonas?
-Pero si no me has hecho nada.
-Te hice daño, ¿no? O al menos pensaba que te había herido,
aunque tal vez no signifique mucho para ti en tu vida. – al decirlo me doy
cuenta de que nunca me he cuestionado la importancia de mi persona en su vida.
Pero, ¿y si no soy tan importante para ella como siempre he pensado?
-La verdad es que no me has herido nunca, chico.
-Deja de llamarme chico, Ana. Por favor.
-Yo no…
-Intenté llamarte, pero cambiaste tu teléfono. – ahora hablo
lo más rápido posible, intentando borrar lo que he dicho antes.
-Esto deja de tener gracia…
-No sabes las ganas que tenía de volver a verte. – añado
ignorándola.
-¡Para! – exclama, y comienza a reír – Por favor, dime tu
nombre.
-Mi nombre… ¿De qué estás hablando?
-Dímelo. – contesta con algo de súplica reflejada en sus
ojos.
Suspiro, frustrado.
-Josh.
-Está bien Josh. Tengo que decirte algo. Yo no soy…
-¿QUÉ?
Ana se da la vuelta rápidamente y yo alzo la mirada para
observar lo que hay al otro lado de la puerta, en busca del origen de la voz.
En el otro extremo de la entrada está…
-¿Ana?
Bajo la mirada y vuelvo a levantarla. Hay dos Ana. No dejo
de dirigir mi mirada hacia arriba y hacia abajo, como un balancín. Con cada
segundo, todo se vuelve más confuso aún. Entonces, la Ana que está más cerca de
mí, dice:
-Josh, soy Claudia, la hermana gemela de Ana.